jueves, 25 de febrero de 2010

Para quien ama a los muertos: o lo que de ellos queda.


Leyendo a la poeta rusa Marina Tsvietáieva y su texto, Mi Pushkin, obra que me ha resultado agotadora. En una escritura infantil, de recuerdos viejos que hacen las veces de reflexión, de biografía, ensayo, comentario. Siempre abriendo una brecha entre el amor que la mente infantil puede cultivar y el recuento de viejos fantasmas de la poeta.

He extraído una cita acerca del texto que comenta la propia Marina, escrito por el poeta ruso Pushkin; Eugenio Oneguin, en el cuál Tatiana una joven se enamora de un hombre que no le corresponde dicho amor, además de rechazar todo ofrecimiento de afecto de la joven, debido a su acostumbrada vida social. Tras la partida de Eugenio, el joven al que Tatiana ofreció su amor, ella es presentada en sociedad y pronto esposa. Al transcurrir los años Eugenio vuelve a cruzar con Tatiana y en ella ve a una mujer tan hermosa que es entonces que él ofrece su amor a ella…

La pequeña Marina ve la representación de este texto y queda fascinada del momento en que Tatiana espera la respuesta de Eugenio tras haberle confesado su amor. Aquí dejo lo que Marina Tsvietáieva escribe respecto a esta escena.

El banco, sobre el que se sentaron, resultó ser pre-determinante. A mí, ni entonces ni después, nunca me ha gustado cuando se besan, siempre –cuando se separan. Nunca – cuando se sentaban, siempre –cuando se separaban. Mi primera escena amorosa fue no-amorosa: él no amaba (esto lo entendí), por eso no se sentó, amaba ella, por eso se levantó, no estuvieron ni un minuto juntos, no hicieron nada juntos, hicieron absolutamente lo contrario: él hablaba –ella callaba, él no amaba, él se fue –ella se quedó, así que –si se levantara el telón –ella estaría allí de pie, o, talvez, de nuevo se habría sentado, ya que se había puesto de pie sólo porque él se encontraba de pie, pero después se desplomó, y permanecerá así – sentada por toda la eternidad. Tatiana está sentada en ese banco por toda la eternidad.

Ésta eternidad, mi primera escena amorosa, predeterminó todas las posteriores, toda la pasión que siento por el amor desgraciado, no correspondido, imposible. Y desde aquel mismo momento no quise ser feliz y con esto me condené al no-amor.

Fragmento, Mi Pushkin, Marina Tsvietáieva

Es así, que el amor que le profesa la poeta rusa al gran poeta Pushkin, es tan enigmático como excitante, una relación que comienza con el descubrimiento de los poemas de Pushkin entonces muerto ya, y el apego que Marina siendo una niña siente por ese cuadro que descubre en la habitación de su madre, El duelo, imagen que muestra la muerte de Aleksandr Pushkin, un ruso de color y de ojos penetrantes.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Noticia triste

“Yo no tengo obsesiones, tengo pasiones”, manifestó en una entrevista con La Jornada

Esther Seligson falleció el lunes pasado, muerte sorpresiva dicen algunos medios, otros alaban su quehacer en las humanidades, vanaglorian sus escritos, su actividad en pro- del teatro, yo; yo que apenas y sabía de ella, yo que sólo la sé por Cioran. Más que unirme al lamento, me pasa un poco que cada vez me quedan menos interlocutores que me guíen en este , ya parece interminable, intento de comprensión sobre el rumano en negativo. Esa tristeza de no haber llegado a tiempo.

A veces uno llega tarde a descubrir a las personas, a veces no nos queda más que hacer reseñas. Lo mismo que me paso con Cioran, si hubiera vivido un poco más, o yo haber nacido antes, si hubiera siquiera la posibilidad de cruzar. Ya no hay presencia, los encuentros serán póstumos como casi siempre sucede con lo importante.

lunes, 8 de febrero de 2010

Del aquelarre lesbico o de la noche de pijamas


La mejor de las horas posibles

A la hora precisa en que grandes panteras lustrosas y temibles acechan a sus presas, ojos verdes, pieles negras.

En el minuto exacto en que el rumor del día se apaga dando paso al misterio y la sombra, al beso y el zarpazo.

En le preciso instante en que el ojo del mundo parpadea y se abre: la hora en que el león despierta en la sabana, cuando el mar y la luna se acercan y se aman.

La hora en que mi estrella amanece y me llama, la hora en que las brujas vuelan por las ventanas…

¿Justamente a esa hora me mandan a la cama!

Poesía infantil, Ana María Shua

Justo el fin de semana era reunión de viejas amigas, mujeres de especimenes extraños y truculentos. Era como llegar a una de esas fiestas de la familia German Monster, y no es por los disfraces, más bien se debe a la peculiaridad de cada invitado y claro está la familiaridad de cada uno. La noche fue corta, la madrugada ni se sintió y parte de la mañana se nos fue… No recuerdo ya que se bebió, ni que escuchamos, menos sobre cuantas cosas no se discutió. El resto de esta historia fueron los viejos tiempos, el resto son historias repetidas una y otra vez en aquellas reuniones, el resto es el pasado en común, el resto es siempre lo que queda para aproxima visita; tan incierta y lejana. El resto es aquello que nos permite regresar y vernos otra vez.

Nota: he dejado un poema infantil, porque ellas no dejan de ser mujercitas que ríen sin recelo ni pudor, porque no dejan de jugar al amor y no dejan de cantar el estribillo; …como quisiera volver a enamorarme, decirte que te quiero en medio de la calle…