martes, 1 de febrero de 2011

Hospitales del viejo año...


Se pasea en los parques, las calles, incluso en los panteones, pero, ¿en los hospitales? No ahí no se pasea. Se está por casualidad o por desgracias, esperando. Con mejor suerte sólo una consulta o un pequeño incidente. Mientras se espera, se observa el ir y venir de otros tantos desgraciados. Aquí la imagen de aquellos días en esos pasillos largos y atestados de niños y madres lacerados.

–El flujo de madres bajo ese sol reacio y enorme que acicala sus hombros, que pese a ello no las debilita en fuerza y tenacidad.  Van sorteando las preocupaciones y los lamentos. Allá van ellas cargando a cuestas a sus engendros, extensiones de sus cuerpos. Cosas diminutas. Apenas si se mueven entre sus brazos maternos.
Ellas llegan tristes y quejumbrosas a ese largo pasillo, al enorme conjunto de habitaciones y salas de espera.
En aquellos ojos bañados de luz y llanto no hay tristeza, sino la profunda indiferencia de racionalizar el dolor; gritan, lloran con lagrimas visibles y sin pudor, lloran sus cuerpos que es lo único que comprenden. Allá duele, allá, en esos brazos que los sostiene y en sus diminutos cuerpos. Dulces engendros heridos. Temen morir o estar muriendo, sin saber lo que es “temer”. Pequeñas criaturas, algunas desprovistas aún del lenguaje, reducidos a la mirada perdida y a los lamentos incomprensibles.
Pasillos inmensamente largos, inmensamente callados. Un eco de alegría o uno de dolor. Ahí todos los sonidos taladran el cuerpo, excepto el júbilo propio de ya no  tener que seguir ahí. ­­­–

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