domingo, 15 de noviembre de 2015

Conversación infinita

-¿Olvide saludar?

Ella mira la epístola cargada de gifs y emoticones, acaba de repasar por tercera vez el chiste interminable que ha sostenido por días con M. El -¡hola!- reaparece una semana atrás, en dichas conversaciones se condensan días, semanas de un intercambio que rara vez conoce novedad. 

-¿Viste el tuit de @devenirchiste?
-Oh sí, es brutal, casi me orino.
-Te dije que era muy cagado el fulano, irás a la fiesta? 
-Obvi...
... (treinta mensajes después, impasse, al fin silencio, nada, vacío)
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-Carmen llamó, regala cachorros... 
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El tintineo de luz en el celular debería cegarle, ya no responde. Cada gráfico se rehusa a seguir la conversación. Algo exige cercanía y seriedad, otro suelta una risa estridente, contiene esa explosión del desorden, de un torbellino a punto de chocar. El objeto sigue en su pasividad exigente, la cautelosa forma de fastidiar, enciende y apaga un punto luminoso, la prudencia se converte en imposible, insostenible. Qué maravilloso sería estrellarlo, la ira surge confundida con la broma, esa forma tan inocente y habitual. La civilidad del control de nuestras emociones, hay que reír o asesinar, alguno tiene una gran idea, de esas ideas estúpidas, - hay que hacer ambas cosas!!!- grita y escupe saliva en pleno arrebato, la sangre parece apunto de salirle por ojos. 

 Algo apesta en toda la escena, peor que carne podrida, el objeto acrecentó su materialidad, lo invade todo, pero ya no lo notamos. -¿Quién enferma con todo esto?, ¡Nadie!, tengo nauseas, sí, esas pinches nauseas llenas de felicidad azucarada. Disculpen debo abandonar la conversación, iré a vomitar, pero sigan, sigan, todos tenemos algo nuevo que decir.
 

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