

No tengo ambiciones ni deseos. Ser poeta no es una ambición mía, es mi manera de estar solo. Pessoa
Este libro que hoy menciono, forma parte de mis primeras lecturas , fue entonces y lo es ahora uno de los especiales. Debo a sus palabras, la imaginación de lugares entristecidos, que en buena medida Onetti y sus ambientes llegaron a desarrollar. Este libro es conservado en un estante del que poco hago uso, sin embargo he comenzado a releerlo con una delicia olvidada. En este relato del escritor chileno José Donoso crea personajes tan hermosos por su desgracias como La Manuela y la amarga niña, La Japonesita; un prostíbulo en decadencia y el olvido en que se sume el Olivo de noche.
Además de dejarles la primera pagina de esta fabulosa novela, comento que se puede conseguir la película de este libro; pocas son las veces que las adaptaciones a películas funcionan y las menos que tiene un valor por sí mismas, esté es el caso del film del mismo nombre, del director Arturo Ripstein, en la que destacan la actuación del actor Roberto Cobo como La Manuela, quien feneció hace unos años atrás. Película que conocí incluso antes que el libro y que de la misma manera que esté me fascino. Les dejo entonces las primeras líneas de esta formidable narración…
La Manuela despegó con dificultad sus ojos lagañosos, se estiró apenas y volcándose hacia el lado opuesto de donde dormía la Japonesita, alargó la mano para tomar el reloj. Cinco para las diez. Misa de once. Las lagañas latigueas volvieron a sellar sus párpados en cuento puso el reloj sobre el cajón junto a la cama. Por lo menos media hora antes que si hija le pidiera el desayuno. Frotó la lengua contra su encía despoblada: como aserrín caliente y la respiración de huevo podrido. Por tomar tanto chacolí para apurar a los hombres y cerrar temprano. Dio un respingo -¡Claro!- abrió los ojos y se sentó en la cama: Pancho Vega andaba en el pueblo. Se cubrió los hombros con el chal rosado revuelto a los pies del lado donde dormía su hija. Sí. Anoche le vinieron con ese cuento. Que tuviera cuidado porque su camión andaba por ahí, su camión ñato, colorado, con doble llanta en las ruedas traseras. Al principio la Manuela no creyó nada porque sabía que gracias a Dios Pancho Vega tenía otra querencia ahora, por el rumbo de Pelarco, donde estaba haciendo unos fletes de orujo muy buenos. Pero al poco rato, cuando había casi olvidado lo que le dijeron del camión, oyó la bocina en la otra calle frente al correo. Casi cinco minutos seguidos estaría tocando, ronca e insistente, como para volver loca a cualquiera. Así le daba por tocar cuando estaba borracho. El idiota creía que era chistoso. Entonces la Manuela le fue a decir a su hija que mejor cerraran temprano, para qué exponerse, tenía miedo que pasara lo de la otra vez. La Japonesita advirtió a las chiquillas que se arreglaran pronto con los clientes o que los despacharan: que se acordaran del año pasado, cuando Pancho Vega anduvo en el pueblo para la vendimia y se presentó en su casa con una pandilla de amigotes prepotentes y llenos de vino – capaz que hasta hubiera corrido sangre si en eso no llega don Alejandro Cruz que los obligó a portarse en forma comedida y como se aburrieron, se fueron. Pero decían que después Pancho Vega andaba furioso por ahí jurando:
- A las dos me las voy a montar bien montadas, a la Japonesita y al maricón del papá…
fragmento....
Leyendo a la poeta rusa Marina Tsvietáieva y su texto, Mi Pushkin, obra que me ha resultado agotadora. En una escritura infantil, de recuerdos viejos que hacen las veces de reflexión, de biografía, ensayo, comentario. Siempre abriendo una brecha entre el amor que la mente infantil puede cultivar y el recuento de viejos fantasmas de la poeta.
He extraído una cita acerca del texto que comenta la propia Marina, escrito por el poeta ruso Pushkin; Eugenio Oneguin, en el cuál Tatiana una joven se enamora de un hombre que no le corresponde dicho amor, además de rechazar todo ofrecimiento de afecto de la joven, debido a su acostumbrada vida social. Tras la partida de Eugenio, el joven al que Tatiana ofreció su amor, ella es presentada en sociedad y pronto esposa. Al transcurrir los años Eugenio vuelve a cruzar con Tatiana y en ella ve a una mujer tan hermosa que es entonces que él ofrece su amor a ella…
La pequeña Marina ve la representación de este texto y queda fascinada del momento en que Tatiana espera la respuesta de Eugenio tras haberle confesado su amor. Aquí dejo lo que Marina Tsvietáieva escribe respecto a esta escena.
El banco, sobre el que se sentaron, resultó ser pre-determinante. A mí, ni entonces ni después, nunca me ha gustado cuando se besan, siempre –cuando se separan. Nunca – cuando se sentaban, siempre –cuando se separaban. Mi primera escena amorosa fue no-amorosa: él no amaba (esto lo entendí), por eso no se sentó, amaba ella, por eso se levantó, no estuvieron ni un minuto juntos, no hicieron nada juntos, hicieron absolutamente lo contrario: él hablaba –ella callaba, él no amaba, él se fue –ella se quedó, así que –si se levantara el telón –ella estaría allí de pie, o, talvez, de nuevo se habría sentado, ya que se había puesto de pie sólo porque él se encontraba de pie, pero después se desplomó, y permanecerá así – sentada por toda la eternidad. Tatiana está sentada en ese banco por toda la eternidad.
Ésta eternidad, mi primera escena amorosa, predeterminó todas las posteriores, toda la pasión que siento por el amor desgraciado, no correspondido, imposible. Y desde aquel mismo momento no quise ser feliz y con esto me condené al no-amor.
Fragmento, Mi Pushkin, Marina Tsvietáieva
Es así, que el amor que le profesa la poeta rusa al gran poeta Pushkin, es tan enigmático como excitante, una relación que comienza con el descubrimiento de los poemas de Pushkin entonces muerto ya, y el apego que Marina siendo una niña siente por ese cuadro que descubre en la habitación de su madre, El duelo, imagen que muestra la muerte de Aleksandr Pushkin, un ruso de color y de ojos penetrantes.
“Yo no tengo obsesiones, tengo pasiones”, manifestó en una entrevista con La Jornada
Esther Seligson falleció el lunes pasado, muerte sorpresiva dicen algunos medios, otros alaban su quehacer en las humanidades, vanaglorian sus escritos, su actividad en pro- del teatro, yo; yo que apenas y sabía de ella, yo que sólo la sé por Cioran. Más que unirme al lamento, me pasa un poco que cada vez me quedan menos interlocutores que me guíen en este , ya parece interminable, intento de comprensión sobre el rumano en negativo. Esa tristeza de no haber llegado a tiempo.
A veces uno llega tarde a descubrir a las personas, a veces no nos queda más que hacer reseñas. Lo mismo que me paso con Cioran, si hubiera vivido un poco más, o yo haber nacido antes, si hubiera siquiera la posibilidad de cruzar. Ya no hay presencia, los encuentros serán póstumos como casi siempre sucede con lo importante.