lunes, 23 de marzo de 2015

Romperse la cabeza.


Hoy llueve, la ciudad ruidosa se levanta con un sol a medio vestir, humedad todo el día, su porcentaje debe ser tan significativo que hoy transpiramos copiosamente. 

4:30 am, una hora insana para cualquier acto, incluso el de fornicar, también para hacerlo hay horas establecidas por el hambre corporal. Alguien prepara café, otro escupe frente al espejo, que nos vistan sin hacernos ver, demanda crucial. 

Ya se han perfumado y talqueado los recovecos, no se te ocurra interferir con ningún detalle la premura de los choques programados. 
Hierve y se derrama agua, el fuego es el primer signo que delata a un madrugador, el fuego y el inodoro desahogándose. Mueve el cuerpo, deambula, es tan temprano que el amanecer espera, aquel instante en el que ya se puede mirar al cielo. 
-¡No salgas!... no lo hagas sin el impermeable, hoy la lluvia podría perseguirte. ¡No gires! (silencio), ¡que te has roto la cabeza!

-No recojas los pedazos, debes dejarlos esparcidos en el patio, algo de tu cordura se ha estrellado contra el concreto. ¿Duele, cierto?

-¡Claro que duele!, ¿acaso no ves como los ojos derraman dolor?

-Cierto, el dolor comienza en un lugar extraño, quizá en un diminuto espacio cerebral, está vez no viajo tanto, duele justo en el cráneo. 

-También se olvida el resto del cuerpo, no se es consciente de él. La mano responde y hasta que lo hace se vuelve a pensar en ella. Debí haberme roto la cabeza, pero aún la siento conectada, retumba dentro de mi cráneo, siento perfectamente como se contrae y se expande, tiene ritmo, un ritmo que inyecta multitud de espinas, creo que ya siento las conexiones cerebrales, he imaginado un mapa. 

-¡Anda ya!, sacúdete, es tarde.

Todo el día se es consiente de la cabeza, cada movimiento queda registrado. 

-Descanse la cabeza por favor.

-¿Puedo dejarla?, hoy no la quiero, la estrelle en la madrugada contra el piso y ya ve ha quedado estropeada. Puedo regresar por ella mañana.

-¿Quiere irse sin el cerebro, sin el cráneo o ambos?

-Ahmm... ¿podría dejarle sólo el cráneo?, el cerebro no me duele es el cráneo el que me queda justo. 

-Lo lamento, no es posible dejarlo irse así, sin protección.

-¡Protección dice!, qué estupidez, hace tiempo que no quiero protección, hace tiempo que podría haberme estrellado la cabeza y deshacerme de ese inservible caparazón, no lo ha tocado el viento, ni se ha empolvado, ¡qué cuestión tan triste!

-Son protocolos, no puede irse de esa manera.

-¿Sabe?, déjelo, me llevo mi abolladura, mi dolor, mi cerebro, mi cráneo. Usaré un casco, el cráneo lo guardaré en casa, porque no pienso dejar de estrellarme, me gusta lo que provoca, el primer instante es tan apacible, algo se apaga y todo se reinicia, seguro usted no sabe de lo que hablo. No importa, creo que también me desharé de mi caja torácica, últimamente tampoco mi corazón suena inquieto. 

-Es su responsabilidad, firme abajo, también fecha por favor.

La cabeza sigue latiendo, necesario oxigeno.

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