miércoles, 8 de abril de 2015

La sobremesa de los recuerdos.


A tu diestra, el sitio que dejaron vacante para la llegada del extranjero, todavía sigue desocupado.
Ten paciencia. El que avanza hacia ti, encontrará libre el camino.
Qué importan las dificultades que él encontrará en camino. Él acabará, en un momento dado, por llegar, pues se sabe sinceramente esperado.   

Edmond Jabès, El libro de la hospitalidad.


Esperé días para sentarme, sin darme cuenta lo había hecho todos los anteriores sin falta, por espacios prolongados. Mientras reía y la sobremesa se alargaba como la tela sin cortar, no supe para qué ansiaba sentarme. Sería un deseo que se filtraba sólo como un acto sencillo que demandaba algo más apremiante, importante.
La mesa seguía puesta, el vino manchaba el mantel y los morones nunca cedían del todo. Ellos habían encontrado la felicidad en aquella habitación de ventanas altas y cielo luminoso. Mientras tanto yo seguía pensando en mi necesidad de sentarme, ¿dónde, para qué?

Han pasado tardes sin sobremesa, sin vino, ni risas; ha pasado el tiempo impostergable.

Sentarse pienso ahora es una invitación, y comprendo que mi ansia no era sobre sentarme en aquellas sobremesas de tenedores felices y copas que tintineaban; ansiaba lavar la vajilla, es decir, ansiaba reflexionar sobre las conversaciones acaloradas, mi ansia tenía un deseo; encontrarme frente al teclado, frente al recuerdo.

Necesitaba los trastes sucios, el cúmulo de chistes y opiniones. El cotilleo que se celebra entre amigos, porque de él habría de pensar después, atentamente. Mi ansia desmedida se debe en todo caso a mi premura, a mi desagradable hábito de la rememoración que incluye un amplio espectro de detalles.
La cámara lenta, atraparía la palabra dicha en voz baja, aquella que sea ha dicho para sí mismo, la que nunca debió ser expuesta, no por indecorosa, sino por inoportuna. Muy cerca de todo ese ambiente y lejos del chisme ocurren confesiones, miradas de camaradería, gestos en los que invitados y anfitriones se relajan y exponen, la felicidad ocurre ahí. La carcajada y la complicidad abundan, esos espacios deberían ser vedados para los traidores, nada con turbias intenciones merece departir en una mesa de amigos sino está en igualdad de honestidad ante ellos.

Una mesa debe mostrar ante todo una reunión de locos como aquel capitulo de Alicia en el país de las Maravillas, Una merienda de locos.

Mi ansiedad ha sido saciada, justo ahora que puedo escribir sobre aquella comilona.

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