Su lengua comenzó a balbucear y ella notó cómo, a pesar de todos los esfuerzos, el curso de su pensamiento se perdía y un rayo y una sacudida, contra la que no podía defenderse, relampagueaban ante sus ojos. Pero junto con el cansancio que la envolvía más estrecha y tiernamente cada vez, volvió también aquella profunda tristeza, mitad la balbuciente melancolía sin motivo de los borrachos y mitad el dolor que ya había estado agitando su pecho toda la tarde intentando atravesarlo y que todavía no se había abierto camino.
Stefan Zweig, El amor de Erika Edwald
Las semanas transcurren de forma vertiginosa (me agrada esa palabra), y uno avanza de cierta forma, perezosa en mi caso. Pero la tesis va, ahí lenta, apasionada a ratos.
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