domingo, 13 de febrero de 2011

Una espera evaporizada


Edward Hopper 

Surge en el pasillo una sombra, muy tenue, apenas perceptible bajo la luz del ventanal. Sin duda algo se ha movido. No logras ubicar si fue un pequeño ratón o un elefante en casa, no importa, nada de eso es posible, hace poco la administración del edificio ha llevado una exterminación de aquellos roedores. Te preguntas una vez más que podría haber sido, estás sola, en tu departamento, la luz de la tarde llena a raudales las ventanas, no deben ser más de las 4 de la tarde. Sigues a esa imaginaria sombra al final del pasillo, abres la puerta, la habitación de tu hermana con la que compartes el lugar. Nadie, no hay sombras, no hay ratones ni elefantes. Regresas a la sala, cierras las cortinas y preparas café. De nuevo hojeas la revista, te detienes en las mismas imágenes de aquella bella actriz norteamericana. Es la misma revista que hojeas siempre, tiene más de 7 meses rotando los sillones de la sala.   Hace 7 meses que matando tiempo para una cita has paseado por lo estantes de revistas, justo cuando esperabas olvidar el nuevo escándalo de esa pseudo cantante de “pop” te percatas, de que, entre otras cosas hay un articulo de aquella actriz que siempre te ha parecido hermosa, una sesión de fotos y una entrevista extensa. Lo hojeas, te parece más que hermosa, mucho más, no piensas en si comprar aquella revista sea un gasto innecesario, sólo lo haces. Así es como esa revista ahora forma parte de la decoración de la sala.
Una tarde tediosa y poco afanosa, tienes muchos pendientes; reseñas que escribir, libros que consultar y llamadas por hacer, todo con carácter de postergables, un mañana se enuncia en tu mente, mientras hojeas con desden la revista. Levantas la mirada, te incorporas y te diriges a la ventana. Mueves con tus pequeños dedos las cortinas, te asomas al exterior, la tarde va cayendo, no alcanzas a ver mucho, el edificio donde vives está en una calle secundaria, lejos del ruidosos trafico,oculto entre casas privadas y la tiendita del lado derecho frente a la acera. El 5 piso es un lugar con altura, en la zona, pero nada más que azoteas llenas de chuches inservibles, de tendederos y tinacos. La vista deja mucho que desear. Enfocándote en la calle, ves pasar a unos muchachitos corriendo, una mujer con rostro de enfado apurando el paso. Te quedas ahí, en la mera contemplación. Segura de no ver a nadie decides abrir la ventana, siempre ha sido así, por la tarde cuando no tienes que acudir a dar clases, puedes quedarte a ver caer la tarde, aún con la bata y sin el baño de la mañana. Contemplado como se sucede los incidentes, las sombras que penetran y se apoderan de los muebles. No buscas nada, es un estar fijado, no piensas detenidamente, sólo el pasar el tiempo y las sombras que van poblando la habitación, acompañan tu tarde desolada.

Mon

domingo, 6 de febrero de 2011


La única forma que hoy imagino para amar. Duras lo ha descrito de manera fabulosa. 

Con todo así pudo usted vivir este amor de la única forma posible para usted, perdiéndolo antes de que se diera.

Duras

martes, 1 de febrero de 2011

Hospitales del viejo año...


Se pasea en los parques, las calles, incluso en los panteones, pero, ¿en los hospitales? No ahí no se pasea. Se está por casualidad o por desgracias, esperando. Con mejor suerte sólo una consulta o un pequeño incidente. Mientras se espera, se observa el ir y venir de otros tantos desgraciados. Aquí la imagen de aquellos días en esos pasillos largos y atestados de niños y madres lacerados.

–El flujo de madres bajo ese sol reacio y enorme que acicala sus hombros, que pese a ello no las debilita en fuerza y tenacidad.  Van sorteando las preocupaciones y los lamentos. Allá van ellas cargando a cuestas a sus engendros, extensiones de sus cuerpos. Cosas diminutas. Apenas si se mueven entre sus brazos maternos.
Ellas llegan tristes y quejumbrosas a ese largo pasillo, al enorme conjunto de habitaciones y salas de espera.
En aquellos ojos bañados de luz y llanto no hay tristeza, sino la profunda indiferencia de racionalizar el dolor; gritan, lloran con lagrimas visibles y sin pudor, lloran sus cuerpos que es lo único que comprenden. Allá duele, allá, en esos brazos que los sostiene y en sus diminutos cuerpos. Dulces engendros heridos. Temen morir o estar muriendo, sin saber lo que es “temer”. Pequeñas criaturas, algunas desprovistas aún del lenguaje, reducidos a la mirada perdida y a los lamentos incomprensibles.
Pasillos inmensamente largos, inmensamente callados. Un eco de alegría o uno de dolor. Ahí todos los sonidos taladran el cuerpo, excepto el júbilo propio de ya no  tener que seguir ahí. ­­­–

martes, 11 de enero de 2011

...estallé en un llanto analfabeta.



¡Oh noche!
Van creciendo los arroyos
que en el sueño desembocan.
Ya se me cierran los ojos.
En medio de la noche
alguien se ahoga.

                                    Fragmento, Insomnio, Tsvietáieva.

Asomar a penas las narices a esa monstruosa realidad en la que me hayo perdida y ciega. Absurda forma de pasar días con un ajetreo que me parece vil y pueril.  Atediada en menesteres burdos. La suma de pequeños incidentes, la ritualidad en la que me veo obligada a pasar estos días. Sonreír a penas y deja ecos.  

lunes, 15 de noviembre de 2010

A los "aniversarios malditos"



La canción es divina, la voz de Chavela una maravilla.
Pensé en tantas canciones, pero está parecía adecuada, hay algo de verdad y mucho de mentira. Un rincón del alma para los recuerdos gratos otro para las desdichas...

jueves, 11 de noviembre de 2010

Justificaciones...

La necesidad de este libro se sustenta en la consideración siguiente: el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?), pero al que nadie sostiene; está completamente abandonado por los lenguajes circundantes: o ignorado, o despreciado, o escarnecido por ellos, separado no solamente del poder sino también de sus mecanismos (ciencias, conocimientos, artes). Cuando un discurso es de tal modo arrastrado por su propia fuerza en la deriva de lo inactual, deportado fuera de toda gregariedad, no le queda más que ser el lugar, por exiguo que sea, de una afirmación. Esta afirmación es, en suma, el tema del libro que comienza.


Ronald Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso.

La cita, la anterior entrada y el vuelco sobre el blog, tienen sus porqués, no es casualidad que escriba en estas fechas. Como rayo fulgurante, desciende el inconsciente y esclarece sólo para empañar los recuerdos y las certezas. La simple certeza, todo le pertenece al pasado y no más búsquedas en el baúl. 

La locuela



Locuela. Esta palabra, sacada de Ignacio de Loyola, designa el flujo de palabras a través del cual el sujeto argumenta incansablemente en su cabeza los efectos de una herida o las consecuencias de una conducta: forma enfática del "discursear" amoroso.


Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso.


Si alguien nos soñara juntos, nos encontraríamos. 


Marina Tsvietáieva, correspondencia.


Bajo los infortunios de la codicia, temo desear tanto aquello que me ha sido negado. Busco la mano, esa mano invisible, y encuentro sino formas viejas, sabias de luz inagotable, pero de piel desgastada, sin el calor de la bondadosa primavera. 
Busco fragancias. Piel aromática que arrastre mi cuerpo contra esos ojos dormidos. Ahí yace mi deseo distendido en sus ansias. Negando esas manos que se le entregan, y arrojando miserias al destino. No quiero perderme de nuevo, reuso hacerlo por tú nombre, dibujado apenas con pintura, sobre el grabado de aquel hombre muerto.
Golpeo furtivamente la puerta, la desgarro con mis manos que parecen cada vez más pequeñas. Apenas y puedo recordar el ritmo de tú resuello, en aquellas noches de placido goce. Quiero el abrigo de entonces. No te busco, no lo haré, tendrías que llegar solo y abrirme. Agoto mi sueño para esperar… suena el despertador con voz estruendosa. Es hora de despertar…