Podría correr cien años y seguiría llegando justo cuando las puertas se cerraban.
Paul Auster, Cuidad de cristal.
Las pesadillas son para niños, pensaba, al tratar de clasificar mi sueño. Ahora que la víspera de mi onomástico se aproxima, en un día en el que dos escritores mueren, un amigo cumple años y es el día internacional del beso. Todo de sopetón y revuelto, como el desayuno que acompañé con café y la resaca del insomnio. Ahora que la mañana estuvo tan apretada.
Entro en la regadera esperando que todos esos datos se esfumen con el vapor o terminen por hacerse líquidos. Ni lo uno ni lo otro, mi sueño sigue ahí, mitad pesadilla pienso. Tal vez sólo fue un mal sueño, uno en el que pierdo a mi abuelo, mi auto, la ropa se encuentra en la calle y no sé dónde estoy.
Debo volver a correr, no sé hacía dónde, ni para qué, pero correr, esas carreras freneticas hacía la nada, para caminar y encontrar, no se sabe qué. Tomaré el libro sobre Nijinski y me iré; para cuando pare, para cuando respire tener compañía, contarle mientras lo leo que no he podido parar desde hace años, que tome un camino extraño y confuso que no tiene paradas, que sus estaciones son torbellinos que absorben y expulsan a su antojo, que me siento más como en el profundo mar arrastrada por una corriente que como corredora.
Nijinski parece ser de aquellos que saben escuchar, que saben mirar y hacer compañía, de esos que ya han pasado por todo y aquello les confiere autoridad. Quizá le pida consejos para desviarme de una buena vez, quizá me los de, quizá sin saberlo cada torbellino sea una parada de mi frenética carrera, y quizá al final encuentre justo lo que busco sin saberlo, y quizá después de todo en este camino para lo único que se para es para escribir y eso lo vale.
lunes, 13 de abril de 2015
miércoles, 8 de abril de 2015
La sobremesa de los recuerdos.
A tu diestra, el sitio que dejaron vacante para la llegada del extranjero, todavía sigue desocupado.
Ten paciencia. El que avanza hacia ti, encontrará libre el camino.
Qué importan las dificultades que él encontrará en camino. Él acabará, en un momento dado, por llegar, pues se sabe sinceramente esperado.
Edmond Jabès, El libro de la hospitalidad.

La mesa seguía puesta, el vino manchaba el mantel y los morones nunca cedían del todo. Ellos habían encontrado la felicidad en aquella habitación de ventanas altas y cielo luminoso. Mientras tanto yo seguía pensando en mi necesidad de sentarme, ¿dónde, para qué?
Han pasado tardes sin sobremesa, sin vino, ni risas; ha pasado el tiempo impostergable.
Sentarse pienso ahora es una invitación, y comprendo que mi ansia no era sobre sentarme en aquellas sobremesas de tenedores felices y copas que tintineaban; ansiaba lavar la vajilla, es decir, ansiaba reflexionar sobre las conversaciones acaloradas, mi ansia tenía un deseo; encontrarme frente al teclado, frente al recuerdo.
Necesitaba los trastes sucios, el cúmulo de chistes y opiniones. El cotilleo que se celebra entre amigos, porque de él habría de pensar después, atentamente. Mi ansia desmedida se debe en todo caso a mi premura, a mi desagradable hábito de la rememoración que incluye un amplio espectro de detalles.
La cámara lenta, atraparía la palabra dicha en voz baja, aquella que sea ha dicho para sí mismo, la que nunca debió ser expuesta, no por indecorosa, sino por inoportuna. Muy cerca de todo ese ambiente y lejos del chisme ocurren confesiones, miradas de camaradería, gestos en los que invitados y anfitriones se relajan y exponen, la felicidad ocurre ahí. La carcajada y la complicidad abundan, esos espacios deberían ser vedados para los traidores, nada con turbias intenciones merece departir en una mesa de amigos sino está en igualdad de honestidad ante ellos.
Una mesa debe mostrar ante todo una reunión de locos como aquel capitulo de Alicia en el país de las Maravillas, Una merienda de locos.
Mi ansiedad ha sido saciada, justo ahora que puedo escribir sobre aquella comilona.
lunes, 23 de marzo de 2015
Romperse la cabeza.
Hoy llueve, la ciudad ruidosa se levanta con un sol a medio vestir, humedad todo el día, su porcentaje debe ser tan significativo que hoy transpiramos copiosamente.
4:30 am, una hora insana para cualquier acto, incluso el de fornicar, también para hacerlo hay horas establecidas por el hambre corporal. Alguien prepara café, otro escupe frente al espejo, que nos vistan sin hacernos ver, demanda crucial.
Ya se han perfumado y talqueado los recovecos, no se te ocurra interferir con ningún detalle la premura de los choques programados.
Hierve y se derrama agua, el fuego es el primer signo que delata a un madrugador, el fuego y el inodoro desahogándose. Mueve el cuerpo, deambula, es tan temprano que el amanecer espera, aquel instante en el que ya se puede mirar al cielo.
-¡No salgas!... no lo hagas sin el impermeable, hoy la lluvia podría perseguirte. ¡No gires! (silencio), ¡que te has roto la cabeza!
-No recojas los pedazos, debes dejarlos esparcidos en el patio, algo de tu cordura se ha estrellado contra el concreto. ¿Duele, cierto?
-¡Claro que duele!, ¿acaso no ves como los ojos derraman dolor?
-Cierto, el dolor comienza en un lugar extraño, quizá en un diminuto espacio cerebral, está vez no viajo tanto, duele justo en el cráneo.
-También se olvida el resto del cuerpo, no se es consciente de él. La mano responde y hasta que lo hace se vuelve a pensar en ella. Debí haberme roto la cabeza, pero aún la siento conectada, retumba dentro de mi cráneo, siento perfectamente como se contrae y se expande, tiene ritmo, un ritmo que inyecta multitud de espinas, creo que ya siento las conexiones cerebrales, he imaginado un mapa.
-¡Anda ya!, sacúdete, es tarde.
Todo el día se es consiente de la cabeza, cada movimiento queda registrado.
-Descanse la cabeza por favor.
-¿Puedo dejarla?, hoy no la quiero, la estrelle en la madrugada contra el piso y ya ve ha quedado estropeada. Puedo regresar por ella mañana.
-¿Quiere irse sin el cerebro, sin el cráneo o ambos?
-Ahmm... ¿podría dejarle sólo el cráneo?, el cerebro no me duele es el cráneo el que me queda justo.
-Lo lamento, no es posible dejarlo irse así, sin protección.
-¡Protección dice!, qué estupidez, hace tiempo que no quiero protección, hace tiempo que podría haberme estrellado la cabeza y deshacerme de ese inservible caparazón, no lo ha tocado el viento, ni se ha empolvado, ¡qué cuestión tan triste!
-Son protocolos, no puede irse de esa manera.
-¿Sabe?, déjelo, me llevo mi abolladura, mi dolor, mi cerebro, mi cráneo. Usaré un casco, el cráneo lo guardaré en casa, porque no pienso dejar de estrellarme, me gusta lo que provoca, el primer instante es tan apacible, algo se apaga y todo se reinicia, seguro usted no sabe de lo que hablo. No importa, creo que también me desharé de mi caja torácica, últimamente tampoco mi corazón suena inquieto.
-Es su responsabilidad, firme abajo, también fecha por favor.
La cabeza sigue latiendo, necesario oxigeno.
jueves, 19 de marzo de 2015
Ninuk, un nombre bello
Djuna Barnes
Ninuk es un nombre armenio, lo escuché por primera vez el fin de semana.
Los vocablos y las palabras poseen magia, ¿lo dudan?, no deberían, hay palabras precisas, urgentes, hermosas y todas son útiles. Refieren a un objeto, acción, cualidad, todas develan un misterio; son un entramado de significantes. Los nombres propios en cambio son mejores que eso, son únicos. En tiempos demasiados viejos para tenerlos claros, se recuerda aquella peculiar manera de presentarse, al enunciar primero el nombre del padre seguido del lugar de origen, toda una genealogía de lo que se era.
Una tarde, una pequeña muy simpática llegó de visita junto a su madre; al recibirlas, la pequeña que inquieta y curiosa soltó una auto presentación peculiar. Sonrío como las buenas naturalezas de la infancia rigen, luego adelantó; -¡hola, soy la hija de mi mamá!- de nuevo sonrisa. ¡Claro!, tuve que sonreírle también.
Aquella pequeña no había dejado duda sobre su origen, su autenticidad, era la hija de su madre y eso bastaba para cualquier presentación formal. No me pareció desafortunada aquella revelación, si fuéramos rigurosos, no hay como extender la mano; la derecha desde luego, sonreír amistosamente y cacarear nuestro nombre de pila, el que nos da licencia de ser nosotros inequívocamente.
Por lo menos en México existen dos modalidades según nuestra educación y formalidad, nos presentamos anteponiendo el apellido paterno y luego el materno para rematar con el o los nombres, o bien comenzamos por afirmarnos con el nombre y dejar para el siguiente segundo los apellidos, no en todos los países sucede lo mismo, y a eso hay que agregar la pretensión para adelantar un, licenciado o un doctor en todo momento.
Pensé por un buen rato que hoy mucho más que hace siglos necesitamos de un gran compendio de credenciales que "autoricen" ser, aunque baste presentarse con la mera sonrisa y decir:- ¡hola, soy yo! (hijo de mis padres, de nacionalidad concreta, un entusiasta que carece de credenciales oficiales, cuyo rostro no encontrarás en las bases de datos robada y ofertada en lugares como Tepito; soy un cúmulo de fantasías inverosímiles, y de agregados tan variantes que necesitarás un par de años para conocerlos)
Podemos ser nuestros nombres o ser nosotros con nombres. Es probable que eso me gustara de Ninuk, que al escuchar la sonoridad de sus vocablos, supiera que refería a una mujer a una hermosa mujer y que ello bastaba para disfrutar del sentido poético, de la existencia y en ese caso de la artificialidad del cine.
Un nombre propio esconde un mundo posible, es justo esa idea la que me tiene suspirando por Ninuk.
sábado, 14 de febrero de 2015
El mejor carruaje se encuentra bajo mis pies.
La única manera de dejar de sufrir consiste en mantener la
cabeza vacía. La única manera de vaciarse la cabeza hasta el fondo consiste en
ir lo más deprisa posible, lanzar tu caballo al galope, encararte contra el
viento, no ser otra cosa que la prolongación de tu corcel, el cuerno del
unicornio, con la única misión de atravesar el aire, hasta la lucha final en la
que el éter vencerá, en la que el jinete y su montura, perdidos en su propio
desbocamiento, se verán desintegrados y absorbidos por lo invisible, aspirados
y pulverizados por los Ventiladores.
Elena es ciega. Este caballo es un caballo. Desde el momento
en que existe liberación por la velocidad y el viento, existe caballo. […]
Llamo caballo a ese irrepetible lugar en el que es posible
perder todo anclaje, todo pensamiento, toda consciencia, toda idea de mañana,
para convertirse sólo en un impulso, para ser únicamente algo que se despliega.
[…]
Ésa es la razón por la cual nunca un caballo ha merecido
tanto el nombre de caballo como el mío.
Si Elena no fuera ciega, se daría cuenta de que esa bici es
un caballo y me amaría.
El sabotaje amoroso, Amélie Nothomb
Las historias en mi cabeza son más interesantes… le dije a
mi analista, mientras pensaba en todas aquellas escenas ideales que he
imaginado. Desdeñe los encuentros amorosos y los triunfos académicos que en el
ensueño celebro. Así que me quedaban un puñado de deseos, algunos de lejanas
miras y otros más cercanos como el de comprar una bicicleta y salir al mundo,
bueno a las calles, dar un paseo.
La idea de la bicicleta surgió por la invitación de un amigo
a practicar ciclismo, él aseguraba que era una gran experiencia, yo dudé, andar
en bici lo aprendí desde los 5 años con mi esplendida bicicleta roja con llantitas
traseras, entonces era fenomenal, ahora mmm… dudaba. Luego noté como veía con
más regularidad a ciclistas urbanos o a grupos de paseo nocturno surcar la
ciudad en una suerte de desfile a velocidad, fue entonces cuando la invitación
surtió el efecto, tenía curiosidad. Aunque yo tenía bicicleta, sí una un tanto
destartalada, oxidada, y que sólo usaba para ir por pan, tortillas y… eso era
todo, esa bicicleta sin embargo fue robada en una mala noche, ya no había
bicicleta y sí un pretexto para retrasar aquella idea. Me empeñe en adquirir
una nueva, reluciente; meses después adquirí una a buen precio. La veía y me
parecía maravillosa, pero luego me seguía de largo imaginando lo fabulantástico
que me vería y sería usarla, ¡¡¡pero no la usaba!!! ¡¡Qué gran contradicción!!
Así que un día en que me obligué a salir de la cama muy
temprano, un domingo silencioso y nublado me vestí y salí a rodar. En mi cabeza
me decía una y otra vez, cuando te falte el aire y sientas un poco de cansancio
regresas, además me decía que no llegaría ni a 2km antes de querer regresar. No
fue así, desde el primer día opté por el carril confinado para bicicletas y sin
prisa pero constante pedalee 12km, y no fue la distancia lo que más me
emocionó, sino esa libertad de desplazarte, era esa energía que me impulsaba a
seguir, el viento enfriando mis mejillas. Me descubrí feliz, emocionada, ni en
mis mejores días de gimnasio me había sentido así, maravillosamente
entusiasmada. Hubiera querido recorrer miles de kilómetros, no regresar.
Sé bien que ahora el ciclismo parece una tendencia y que no
pocos se unen a ella más por moda que por querer ejercitarse o colaborar con un
mejor transito en la ciudad, yo no lo hago por ninguna de esas causas, lo hago
porque en aquel pequeño artefacto soy feliz y disfruto como cuando tenía 5 años
surcar las calles a gran velocidad.
Así que en aquella frase desde el diván mentí, porque andar en bicicleta
es mucho mejor cuando lo hago que cuando lo sueño.
Ahora tengo un casco muy chulo, y aún no le doy un nombre
propio a mi bicicleta, que debería llamarse como yo: Leo, porque eso es de deschavetados.
jueves, 15 de enero de 2015
UNA ESTIRPE DE ALCOHOL

y entonces comprende como están de ausentes las cosas queridas.
Dos líneas de una canción que muchos deben saberse y que al cantarla una mujer que sabía sobre alcohol y supervivencia como Chavela Vargas, dotan de singular sostén a Las simples cosas, que nos dicen, las devora el tiempo.
El tiempo que aún no conoce instantes poéticos que lo detengan, que jamás ha suspendido su transcurrir. Así que cuando queremos detenerlo o regresar a un punto, recurrimos a la memoria, a volver a esos viejos sitios, hay muchos recursos para valernos y lograr nuestro propósito. Hay quien a paso necio congela un espacio sin mover un ápice, otros que atascan los cajones con objetos, hay quien recurre a la vieja e infalible, hasta ahora, practica de no olvidar, vaya chiste, porque lo saben desde ese instante, hasta que lo olvidan todo; que aquello que tan celosamente resguardan será transfigurado por la misma materia que lo conserva.
Sabiendo esta inconveniencia menor deciden pese a todo, confiar en ella, en la memoria, entonces ella sonríe y coge la ofrenda. ¿Qué tesoros hemos dejado a su protección? ... uff!!... dejaremos que cada quién realice su contabilidad.
Lo siguiente son los acuerdos a los que llegamos con nuestra memoria, porque ella ofrece una consulta con infinidad de planes. Olvidos cortos, recuerdos exactos, olvidos a largo y corto plazo, recordatorios constantes, recordatorios automáticos complicados de ser programables, etc. Nos ajustamos a ella y ella responde con eficacia.
Eso parece pasarle a Dan Fante, hijo del escritor John Fante, sí, el mismo ebrio que escribió, Pregúntale al polvo, y que antes que Bukowski acaparara la atención de todos y la etiqueta del "realismo sucio" marcara su trabajo, y sobre todo mucho antes que vendiera sus guiones a Hollywood; antes que todo eso sucediera y John no supiera ni usar una máquina de escribir, antes, estaba Italia, el alcohol y las historias. Así Dan Fante relata con aquella memoria que resultó ser fiel y dura como él mismo, lo sobresaliente de su vida y la de su padre, abuelo... hasta que él único que puede decir sin errar sea él.
Mi vida ha sido intensa. En aras de la brevedad, no he incluido todos los matrimonios, novias, detenciones, empleos y palizas, solo los más interesantes.
Y vaya que es interesante...Fante, un legado de escritura, alcohol y supervivencia. Tiene tantas páginas que ahora mismo me regreso a seguir enterándome de muchas juergas y peleas de la familia Fante, que posee un camino de escritura y de la cuál no hay forma alguna de ser indiferente.
sábado, 3 de enero de 2015
Huellas caligráficas
Con suerte una noche en la que el insomnio parece instalarse y no tenemos más remedio que dejar de intentar conciliar el sueño, podremos escribir una pagina de la que podamos estar satisfechos. Su belleza debería radicar en el contenido o en hermosos trazos caligráficos, o podría tratarse de una dudosa crítica subjetiva alterada en grado sumo por la falta de sueño. Cualquiera que fuera la razón compartiré aquellas palabras que me han parecido perfectas, las comparto ahora justo antes de que amanezca y aquella perfección se vea afectada por la claridad del día y me percate de mi ceguera noctámbula.
Mi caligrafia parece mejorar, ser más uniforme. Lo he notado en estás páginas, hay cierto equilibrio en ellas que antes no veía. Pensaba que escribir tan desastrosamente era muestra de mi sentir. Me apenaba volver la vista y contemplar tan horrible creación, sentía una vergüenza conmigo misma. Me parecía inconcebible aquello. Horror de caligrafía, horror de ortografía, horror de ideas; mi vida debería estar acorde con aquello, un desastre, catástrofe.
Siempre me han gustado esas palabras rimbombantes que ejemplifican con grandeza los hechos, porque le aportan algo inexistente a los recuerdos, una mentira en la misma narración de la "verdad" y que no son del todo falsas, sólo exageradas y sobre ello no deberíamos ser tan intransigentes, dado que todo el tiempo concedemos anomalías. La exactitud siempre ha sido un problema para mi.
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